sábado, 1 de junio de 2013

Quién era ella




         Por azar, o eso que se dice destino llegué mas temprano a casa, debido a que de forma inexplicable ese jueves a la tarde había un tráfico propio de un pueblo del interior en un día domingo, la ciudad cosmopolita se las traía de una tranquilidad sospechosa o, -pensaba yo- de una serie de sorpresas extravagantes. Llevaba entre mis manos las bolsas con las cosas para una cena entre nosotros, tan buscada y postergada que cada cosa que cargaba entre mis manos se traducía en su mirada. Entré al living, ella no estaba, entré a la cocina, dejé las cosas sobre la mesa, ella no estaba en la cocina, siento música que viene del pasillo a los dormitorios, con las manos vacías y mi mente llena de ansiedad recorro el pasillo vacío, abro la puerta de nuestro dormitorio, ella no estaba. Pero tras esa ventana de la habitación que daba al patio del fondo, difusa por el mosquitero veo su figura danzando, con la luz tenue de la lámpara que se mese entre su cuerpo. Le grito, ella no responde, salgo de la pieza, vuelvo al pasillo y salgo al patio, ella: danza con una música tan familiar para mi que en ese momento me resultó desconocida, ella danzaba, tenía una mirada hacia adentro aunque sus ojos parecían mirar todo y no mirar nada, se movía con la sutileza de una serpiente o como si fuera un invertebrado o criatura no estrictamente humana y sin embargo muy hermosa y muy distante al mismo tiempo, sentí que por vez primera que era ella, ella, que no estaba para mí, ella no estaba, había entre nosotros una separación abismal donde por mas que yo gritara palabras, alaridos, ofensas, gritos desesperados o amorosos ella nos respondería por que no se puede ignorar lo que no existe. Ella danzaba sin parar en una circunferencia del suelo muy pequeña y yo sentado tras varios minutos y horas entendí que ella ya no era. Ahora no sé si ella no estaba, o si en su danza era la única y real presencia, pero esa presencia inspiraba miedo y tuve una reminiscencia a mi niñez, cuando por vez primera vi un perro nocturno con ojos brillantes aullando, sin saber él que estaba yo detrás contemplando a través del reflejo del espejo de una auto sus ojos brillantes y el vapor de su hocico. Ese recuerdo me llevó a la cama a querer dormir, al otro día amanecí con ella entre mis brazos, con la normalidad de todos los días, con el tráfico corriente propio de una ciudad cosmopolita. Pasaron pocos días desde que sucedió ese fenómeno, ese no sé qué, esa escena del baile en el patio de casa, pasaron pocos días y le pedí que nos separemos y así fue, no sin ella sorprenderse, y yo sin explicarle a ella, por supuesto, mis motivaciones infantiles para no estar más con ella, aduciendo los motivos más corrientes que se dan en separaciones. Ella ya había dejado de estar, esa tarde de tranquilidad, pero todavía no logro estar seguro de eso, y ya no sé si me importa mucho saber si ella estaba o si ella no era.




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